SPOT
La
pantalla del televisor se fundió en azul marino y las grandes letras blancas,
cual veleros fantasmales, se materializaron sobre ella.
SÉ LO QUE ESTÁS
SINTIENDO
EN ESTE PRECISO
MOMENTO…
Laura
Valdemar, estudiante de quinto de Derecho, sonrió complacida. El gesto acentuó
los hoyuelos de sus mejillas y también el brillo esmeralda de sus ojos. Un
aleteo de emoción, apenas perceptible, estremeció sus labios. Divertida, meneó
la cabeza haciendo ondear su negra melena.
Las
letras blancas, cual extrañas gaviotas, levantaron el vuelo y se largaron. Otra
bandada, menos numerosa, acudió presta a ocupar su lugar sobre el azul del mar.
FALTAN DOS DÍAS…
Laura
se encontraba profundamente intrigada. El insólito spot publicitario, si es que
al final era eso, venía repitiéndose desde hacía cinco días. Aparecía sólo una
vez al día, en varias cadenas a la vez y siempre a la misma hora. Las nueve en
punto de la noche. Duraba unos 30 segundos y desaparecía sin hacer ruido, igual
que había llegado, tan silencioso y fascinante como una puesta de sol sobre el
horizonte marino.
Ninguna
sintonía musical, ninguna voz humana, ningún sonido animal perturbaban la
absoluta afonía del singular anuncio. El aparato enmudecía de repente, la
pantalla se fundía en azul oscuro y hacían su aparición las grandes letras
blancas. Emergían de las profundidades, flotaban durante unos segundos y se
alejaban volando. Eso era todo.
Algunos
telespectadores creían que sus receptores estaban fallando y presionaban
repetidamente el botón del volumen, o cambiaban de canal; algunos, incluso,
llegaban a apagar el televisor.
En
la versión radiofónica una profunda voz varonil declamaba la primera frase, y
una cálida voz femenina recitaba la segunda. Y, al principio, en medio y al final,
tres fosas de silencio abisal que en la radio se hacían más prolongadas y
resultaban más inquietantes.
SÉ LO QUE ESTÁS
SINTIENDO
EN ESTE PRECISO
MOMENTO…
Laura
Valdemar coleccionaba alejandrinos, esos singulares versos compuestos por 14
sílabas, acentuados en la sexta y la decimotercera, y divididos en dos
hemistiquios de 7 sílabas cada uno.
Éste,
según la métrica tradicional, constaba de 16 sílabas. Se trataba, pues, de un
alejandrino aparente o imperfecto. Esa cualidad fascinó aún más a la futura
letrada. A sus ojos, ese exceso silábico aumentaba su valor al igual que
ocurría con los sellos o las monedas antiguas, cuando una pequeña tacha los
convertía en piezas únicas especialmente codiciadas por los coleccionistas.
Por
lo demás, la frase como gancho publicitario era un diamante sabiamente tallado
que brillaba con luz propia, como si albergara fuego en su interior. Era un
texto con garra, con chispa, capaz de generar expectativas, crear dudas,
sembrar inquietudes, alimentar confusiones y esparcir sospechas. Podía ser tan
real como fantástico, tan romántico, como aterrador.
Sea
como fuere, lo cierto era que había cumplido con creces la función que se le
suponía: actuar como reclamo, aguijoneando la natural curiosidad del público,
potencial consumidor. En apenas cuatro días se había convertido en el anuncio
más popular en mucho tiempo. Todo el mundo hablaba de él. En las tabernas, en
las peluquerías, en los ascensores…y hasta en las tertulias de TV era el tema
de conversación predilecto. Las redes sociales rebosaban a punto de reventar
con la excepcional pesca lograda a base de cientos de fotomontajes y chistes,
supuestamente graciosos, alusivos al más virulento brote vírico de los últimos
tiempos.
Se
lo conocía como “el anuncio marinero”,
por los dos colores utilizados en él mismo.
Todos
hacían conjeturas sobre su significado, aventurando cuál sería el producto
anunciado. La lista de suposiciones tendía a infinito. Que si un coche, que si
un viaje, que si un libro, película, reality
o serie de TV, que si una novedosa máquina de la verdad, que si un
revolucionario medicamento, que si un invento extraordinario…
Laura
continuó reflexionando sobre el asunto durante la ducha, y la posterior y
frugal cena a base de ensalada y yogur. La dieta mediterránea junto con la
práctica habitual de deporte le permitían lucir una esbelta y envidiable
figura, que, invariablemente, arrancaba más de una mirada de admiración, más o
menos disimulada, entre sus compañeros de la facultad.
Indiferente
ante los galantes requiebros, la protagonista de nuestra historia, con 24 años
recién cumplidos, y después de dos desengaños amorosos, había decidido aparcar
los asuntos sentimentales para volcarse por completo en los estudios. Ésa era
la promesa que les había hecho a sus padres tras unos inicios de carrera
titubeantes, y a fe que la estaba cumpliendo con creces. Este año había
obtenido las mejores notas de su carrera y, al fin, había alcanzado la salida
del largo y árido túnel de leyes, artículos y disposiciones adicionales.
Compartía
piso con otras dos estudiantes de Bellas Artes. En el momento en que acontece
nuestro relato, se encontraban las dos ausentes por razones que no vienen al
caso. Tener el piso para ella sola le producía una grata sensación de libertad
que, por alguna peregrina razón, la retrotraía a los fines de semana de su
infancia, cuando campaba a sus anchas por la hacienda rural de los abuelos.
Mientras
se ponía un ligero pijama de verano, Laura discurrió con melancólico pesar que
era una pena no poder embotellar la dicha de la niñez para tomarse un buen
trago en esos momentos en los que andamos bajos de ánimo. No era el caso, sin
embargo. Hoy había realizado el último examen, con resultados excelentes, y
pasado mañana finalizaban las clases. El miércoles tomaría el avión e iría a
pasar unos días en casa de los abuelos. Regresaría el jueves de la siguiente semana
para recoger las notas y asistir a la fiesta de graduación. El futuro inmediato
de Laura Valdemar no podía, pues, presentarse más halagüeño.
Pensando
en todo esto, se durmió al fin con una amplia sonrisa iluminando su bello
rostro.
Esa
noche soñó que circulaba por una carretera desierta surcando una interminable y
desolada planicie. Las gigantescas letras blancas emergieron del lejano
horizonte como una escuadrilla de aviones de guerra. Remontaron el firmamento,
intensamente azul, y terminaron explotando sobre su cabeza en un apocalíptico
despliegue de fuegos artificiales.
Laura
despertó con el corazón acelerado. La apoteósica experiencia onírica continuaba
muy viva en su cabeza.
En
su colección de alejandrinos se incluían varios de su propia cosecha. Esa
mañana añadió otro más a la lista.
Arañas en la noche, tejen tus
pesadillas
Al
día siguiente, en el bar de la Facultad, Laura se encontraba ojeando el
periódico del día cuando se topó de nuevo con el dichoso spot ocupando las dos
páginas centrales.
SÉ LO QUE ESTÁS SINTIENDO
EN ESTE PRECISO
MOMENTO…
FALTA
UN DÍA…
Grandes
letras blancas sobre fondo azul marino.
El
hallazgo, aunque nada inesperado, suscitó una animada tertulia entre los
integrantes de la mesa, todos estudiantes de Quinto de Derecho, todos a punto
de obtener el salvoconducto para entrar en el mundo laboral.
Mientras
caminaba de regreso a casa a lo largo del paseo marítimo, Laura continuaba
dándole vueltas al asunto. La frase de 16 sílabas había enraizado en su cerebro
y crecía con extraordinaria rapidez.
…Sé
lo que estás sintiendo…
La
futura abogada Valdemar se encontró de pronto discurriendo, fantaseando, sobre
hermanos gemelos separados al nacer y conectados telepáticamente a miles de km.
de distancia. Había oído y leído sobre algunos casos documentados en los que,
efectivamente, había tenido lugar algún tipo de tele-conexión sensorial con una
sincronización perfecta, inexplicable a ojos de la ciencia.
…Sé
lo que estás sintiendo…
A
Laura le vino a la mente la famosa novela de George Orwell, “1984”, y el gigantesco ojo del Gran
Hermano que todo lo vigila. Es posible, después de todo, que se tratara de algo
de ese tipo: una máquina fantástica capaz de controlar no sólo tus movimientos
sino también tus pensamientos y hasta tus sentimientos.
La joven
consiguió unir ambas teorías alumbrando un nuevo e inédito ejemplar de
alejandrino que, inmediatamente, pasó a engalanar su imaginaria vitrina
poética.
Allí
dónde te escondas, te encontrará mi sangre.
Y al
fin llegó el día D.
Ese
25 de mayo amaneció luminoso y cálido, con toda la fuerza y el esplendor de la
primavera adulta.
Desde
las primeras horas de esa jornada, la gente aguardaba con expectación creciente
la resolución del misterioso mensaje. A las nueve de la mañana había aparecido
lo que se suponía sería el penúltimo anuncio de la serie.
SÉ LO QUE ESTÁS SINTIENDO
EN ESTE PRECISO MOMENTO…
FALTAN 12 HORAS…
A
medida que se acercaban las 21 horas, la hora H, la tensión y el nerviosismo
que ya venían caminando a buen ritmo acabaron por galopar desbocados.
Laura
Valdemar no recordaba la última vez que se había encontrado en tal estado de
impaciente ansiedad, ni tan siquiera en la peor época de exámenes. La frase
publicitaria, o lo que demonios fuera, el alejandrino defectuoso, había
terminado por convertirse en una placentera obsesión.
A la
hora de la merienda llamó por teléfono a una amiga para comentar el caso. Tras
los iniciales saludos de rigor, aquella le soltó de corrido el ya célebre verso.
Ante
la relativa sorpresa de Laura, pues sí que había triunfado el críptico spot de marras,
su interlocutora le explicó, divertida, que lo tenía ahora mismo delante, en un
cartel de unos 4x5 metros, situado justo enfrente de su casa.
En
este caso, lógicamente, se limitaban a cambiar la fecha de la cuenta atrás.
Su
amiga le aseguró que le resultaba casi imposible dejar de verlo, incluso
cerrando los ojos, recalcó. Laura se apresuró a revelarle que ella también
pensaba en el anuncio a todas horas y que, incluso, había llegado a soñar con
él.
Después
de despedirse, se acercó a la ventana. La tarde rebosaba una vitalidad
deslumbrante. Laura, trasmutada en Diana Cazadora, tornó a armar la trampa con
mano diestra, y otro verso, complaciente, se dejó atrapar sin resistencia.
Crisálida latente, eclosiona
la Tierra.
El
cielo lucía un azul intenso, un azul que le recordaba mucho…
En
ese preciso momento, una avioneta surgió tras el enjambre de edificios y
sobrevoló su posición. Tras ella, flameando al viento, arrastraba una enorme
banda azul marino portando una larga leyenda blanca.
“No
puede ser”, pensó Laura; pero lo era, vaya que sí.
SÉ LO QUE ESTÁS SINTIENDO
EN ESTE PRECISO MOMENTO…
FALTAN 3 HORAS…
Por
tierra, mar y aire, atacan por todos lados, no hay escapatoria, se alarmó una
estupefacta Laura. Desde luego, reflexionó la chica, el tipo o la empresa que
esté detrás de todo esto no ha reparado en gastos. Menudo despliegue de medios
se ha, se han, marcado. Toda esta parafernalia mediática tiene que costar una
pasta. Muy bueno tiene que ser el producto anunciado, si es que de verdad hay
alguno, para amortizar el gasto y, sobre todo, para no defraudar las colosales
expectativas creadas.
¿Y
si al final no fuera más que una gigantesca broma, qué? —Laura se interrogó a
sí misma. No tardó en hallar la respuesta: sería, con toda seguridad, la broma
más cara del mundo.
Tres
horas, ha dicho que faltaban tres horas. Laura consultó el reloj y respingó
palmeándose la frente. Con el dichoso spot de marras se le había pasado el
tiempo sin darse cuenta. Su vuelo hacia tierras andaluzas partía en apenas tres
horas y media, y aún tenía la maleta por hacer. Menos mal que ella, al igual
que el gran Machado, solía andar ligera de equipaje.
“Cómo los hijos de la mar”—recitó
mentalmente. Y al rato surgió la inevitable asociación de ideas. El omnipresente
fondo marino…acabaría por odiarlo. Laura rugió, sacudiendo la cabeza con
fingido hartazgo, y se encaminó, rauda, a su habitación.
El
vuelo Barcelona-Sevilla tenía fijada su hora de salida para las 21.45. A las
20.50, Laura se hallaba sentada en la cafetería del aeropuerto esperando a que
le sirvieran un capuchino. Había llegado con suficiente antelación para pillar
sitio cerca del televisor.
Faltaban
15 minutos para la Gran Revelación.
El
gentío se arremolinaba alrededor de las dos gigantescas pantallas ubicadas en
el amplio recinto.
A
las nueve en punto, como los siete días precedentes, el plasma se fundió en
azul oscuro y el inefable mensaje hizo una última aparición triunfal.
SÉ
LO QUE ESTÁS SINTIENDO
EN ESTE PRECISO
MOMENTO…
El
alejandrino defectuoso, nieve recién caída bajo el sol del mediodía, comenzó a
pulsar, acompasadamente, mientras transitaba por toda la gama del arcoíris, y
se despidió, al fin, destellando fulgurante, como una supernova en sus últimos
estertores.
En
un instante sublime todo el mundo se olvidó de respirar. Laura, boquiabierta,
miraba embobada, con la taza suspendida y el capuchino enfriando.
En
la sala sólo se oía el suave zumbido del aire acondicionado y las llamadas
lejanas de los altavoces.
La
pantalla cambió a negro, la negación de la luz, y así permaneció durante unos
interminables 20 segundos.
Cuando,
quién más, quién menos, todos pensaban que había finalizado la función,
comenzaron a aparecer pequeños grupos de letras doradas, del tamaño de las
precedentes, cual lingotes de diseño surcando un mar de alquitrán.
SÉ LO QUE ESTÁS
SINTIENDO
EN MI PECHO HAY UN HUECO
TÚ LLEVAS EN EL TUYO
EL CORAZÓN DE UN MUERTO
En
la sala se oyeron exclamaciones de asombro, gritos ahogados, murmullos de
admiración y bufidos de indignación, pero nadie apartó sus ojos de la pantalla.
Una
vez que el cuarteto de oro estuvo al completo sobre el escenario, comenzó su
apoteósica actuación.
El
decorado cambió. El fúnebre azabache mutó en rojo sangre. Las letras comenzaron
a latir con un ritmo pausado y poderoso, imitando la cadencia cardiaca de un
atleta a la hora de la siesta.
Transcurrió
un minuto, 45 pulsaciones exactas, y todo terminó.
Laura
se tomó su café frío con los ojos cerrados. Aun así, seguía viendo la leyenda
palpitante formada por 4 versos heptasílabos: dos alejandrinos perfectos. Su
avezado ojo métrico los reconoció enseguida, dos piezas más para su colección.
En
las jornadas siguientes, el misterioso anuncio continuó siendo el tema
principal de conversación en los más variopintos ámbitos.
El anuncio marinero se convirtió en el anuncio fantasma, e incluso en el anuncio del fantasma en el especial de
Cuarto Milenio realizado por Iker Jiménez.
Se
habló de locura surrealista, y también de experimento sociológico y sicológico,
dónde todos los ciudadanos serían conejillos de indias; unos lo tildaron de
broma de muy mal gusto, otros hablaron de montaje descabellado…
Sé lo que estás sintiendo…
…intriga,
asombro, incredulidad, pasmo, irritación, admiración, inquietud, desengaño,
alarma, desasosiego, inseguridad, decepción, estupefacción, entusiasmo,
frustración…
El
repertorio de emociones llegó a ser más amplio y variado que el catálogo de una
tienda de Los Chinos.
Aunque
las hipótesis sobre el caso proliferaron más que una plaga de hongos locos,
nunca se llegó a descubrir el cerebro que lo había planeado, ni la mano
ejecutora, ni las causas de tan singular proceder. Hordas de avezados sabuesos
rastrearon a fondo las escasas pistas con nulos resultados. Al final del hilo
sólo encontraron un abismo, silencioso y vacío.
Al
parecer, el spot había sido enviado a los distintos medios difusores a través
de una cuenta de correo electrónico. Las astronómicas facturas se habían
satisfecho religiosamente en un único ingreso mediante trasferencia bancaria.
Ambas cuentas habían sido canceladas inmediatamente después sin dejar el más
mínimo rastro de los titulares de las mismas.
Entre
el aluvión de teorías elaboradas al respecto, cobró relativa fuerza durante
algún tiempo la que hablaba de un supuesto multimillonario excéntrico cuyo
hijo, muerto en plena juventud en un hipotético accidente, habría sido donante
de órganos. Se trataría pues de un extraño homenaje a la memoria de su
primogénito, así como al resto de personas que pudieran haberse encontrado en
similares y dramáticas circunstancias.
Ahí
quedó todo. Nadie fue capaz de concretar su identidad ni de aportar un solo
dato que permitiera albergar alguna esperanza sobre la existencia de tan
esperpéntico personaje.
Interpeladas
al respecto, la Organización Nacional de Trasplantes y la Asociación Nacional
de Donantes de Órganos se mostraron escandalizadas, y negaron tajantemente
cualquier implicación en el asunto, calificándolo como un lamentable y frívolo
espectáculo a costa de un tema extremadamente serio. Con la vida no se juega,
sentenciaron, indignados, los respectivos portavoces.
Eso
sí, luego, por lo bajo y en privado, reconocían a regañadientes que todo el
rocambolesco episodio les había supuesto una inestimable publicidad.
Otra
noticia, más trágica y repentina, compitió durante esos días con el anuncio
fantasma, del fantasma, en los titulares de prensa y TV.
El
avión de Iberia que cubría el vuelo de las 21.45 entre Barcelona y Sevilla se
estrelló a la altura de la Sierra de Alcaraz. Como suele suceder en estos
casos, no hubo supervivientes.
Según
las grabaciones registradas en la Torre de Control en los momentos previos a la
catástrofe, el comandante del aparato, un Boeing 767, sufrió un infarto casi
fulminante. Por razones desconocidas, aunque se especula con un posible desmayo
o una eventual ausencia de la cabina, el copiloto no logró hacerse con el
control de la nave.
Durante
muchas noches, los vigilantes de la torre continuaron oyendo los desesperados
gritos de las azafatas y los pasajeros.
…Sé
lo que estás sintiendo…
Mientras
leía la infausta noticia, cómodamente instalada en uno de los bancos del
parque, a la sombra de un roble varias veces centenario, Laura Valdemar no
dejaba de pellizcarse para convencerse de que seguía en el mundo de los vivos.
Con
todo el barullo que se montó en la cafetería, tras la Gran Revelación, se le
había ido el santo al cielo mientras ella se quedaba en tierra.
Al
final, el bendito spot le había salvado la vida.
…Sé
lo que estás sintiendo…
Durante
muchos minutos, tras enterarse del accidente, Laura había sido incapaz de
sentir nada. Sólo atinó a llorar, mientras todo su cuerpo temblaba presa de
incontrolable emoción.
…Sé
lo que estás sintiendo…
Y
como fantástico colofón a esta singular historia, hay que decir que nuestra
joven y afortunada protagonista logró engrosar su ilustrada colección con un
postrero espécimen de categoría.
Mi guardián verdadero, un falso
alejandrino.
Y
como diría el gran Lope de Vega…
…Contad si son catorce, y está hecho.