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domingo, 11 de abril de 2021

EL PASAJERO


 


Tras la estela del auto se arremolinaban las últimas hojas del otoño, que flotaban un momento en el aire, para yacer de nuevo, quietas y muertas.
Noche  de Luna Nueva y el cielo velado por oscuros nubarrones, barruntando tormenta. Furiosas ráfagas de viento soplaban por momentos, sacudiendo las copas de los robles, abedules y pinos que, cual guardianes formidables, flanqueaban la marcha del vehículo.
Paloma aceleró para alejarse de la zona boscosa y alcanzó una zona de campo abierto.

La joven frenó con brusquedad al divisar la forma humana.

Un hombre, tocado con gorra y luciendo un impermeable de color claro, estaba plantado en mitad de la carretera. Tenía los brazos extendidos hacia delante, abiertas las palmas de las manos.

Las ráfagas de viento hacían ondear los faldones de su impermeable, una especie de guardapolvo, y la lluvia, que había comenzado a caer, azotaba su cara. Paloma observó fascinada como las gruesas gotas rebotaban en la visera de la gorra negra. En el centro de la misma, la joven maestra acertó a distinguir un pequeño bumerang de color rojo que le resultó familiar y, por un momento, aquel dibujo absorbió toda su atención.

Antes de que Paloma pudiera reaccionar, el hombre abrió la puerta y se introdujo dentro del vehículo.

La chica intentó mantener la calma.
—¿Qué quiere?—
El individuo contestó sin girarse:
—Lléveme a San Martín, por favor—su voz sonaba ronca y apenada.

Paloma abrió la boca para replicar, pero en vez de eso, asintió, puso la primera y aceleró suavemente. Al fin y al cabo, San Martín quedaba cerca, unos tres kilómetros, más o menos, y el tipo no parecía peligroso.
Apenas cinco minutos después, el pasajero habló de nuevo:

—Me bajo aquí— susurró, moviendo apenas los labios.
La chica detuvo el coche y se encaró con su pasajero.

—¡¿Aquí?! —Paloma señaló incrédula el desolado paraje, azotado por el viento y la lluvia—pero... ¿no quería ir a San Martín?
El hombre volvió a mirar al frente y señaló la pronunciada curva que, unos metros más adelante, partía un bosquecillo de pinos y abedules.

— Iba a San Martín, pero me maté aquí y no pude llegar.
—Perdón ¿Qué ha dicho? Me parece que no he entendido bien.
—Me maté...Hace un año que estoy muerto...Y ahora...debo regresar.

Paloma observó cómo los ojos de su pasajero giraban dentro de las órbitas y quedaban en blanco. La piel de su rostro se tensó y reventó en los pómulos y mejillas, descubriendo la carne y el hueso; los labios tumefactos se abrieron con un chasquido seco, y la lengua, negra e hinchada, asomó entre ellos, como la cabeza de una culebra saliendo de su agujero. Bruscamente, extendió su brazo izquierdo y una mano esquelética aferró la muñeca de la joven. Paloma gritó. El fantasma acercó su rostro al suyo:
—Tengo que regresar —repitió —Y tú vendrás conmigo.
Paloma percibió el fuerte olor a cadáver y se desmayó.

El aire frío, que entraba a través de la ventanilla entreabierta, despertó a la joven maestra, liberándola de su pesadilla. Unos pinchazos sordos en las sienes la situaron de nuevo en la realidad. Recordó el calmante que se había tomado para aliviar la jaqueca, justo al salir de aquella interminable reunión.

Con la cabeza más despejada, arrancó el coche y se incorporó a la carretera. La noche era muy oscura. El viento soplaba con fuerza.

Comenzó a recordar el sueño. El impermeable gris ondeando al viento, la gorra negra con el dibujo rojo, los ojos blancos, la lengua hinchada, el contacto duro y frío del hueso en su muñeca. Instintivamente, se la frotó, mientras un escalofrío la sacudía.

Paloma respiró hondo, sacudió la cabeza y luego se echó a reír, al percatarse de lo ridículo que resultaba todo aquello. 

Había comenzado a llover de nuevo y una espesa cortina de agua, impulsada por un fuerte viento, azotaba el vehículo.

Al final de la larga recta, justo al iniciar la pronunciada curva hacia la izquierda, había un hombre de pie en mitad de la carretera. Vestía un impermeable de color claro que ondeaba sacudido por el viento y se cubría con una gorra negra con anagrama rojo. Tenía los brazos extendidos al frente, como pidiendo auxilio.

Paloma lanzó un grito, aferró fuertemente el volante y apretó el acelerador. El tiempo pareció congelarse y la chica tuvo la sensación de que el coche se detenía, mientras la fantasmal aparición se aproximaba rápidamente a través de la espesa lluvia. El ruido del brutal impacto se mezcló con el histérico chillido de la chica.

La noticia apareció al día siguiente.

        EXTRAÑO DOBLE ACCIDENTE EN LOS OSCOS

Un singular suceso tuvo lugar ayer en la  comarcal Vegadeo - Pesoz, a la altura de San Martín de Oscos. 

P.M.R., joven maestra de la zona, se precipitó por un barranco y pereció carbonizada. Al parecer, la excesiva velocidad del vehículo sobre el piso mojado provocó el fatal desenlace.
Unos metros más atrás, un joven viajante de comercio que conducía una furgoneta de reparto, se había estrellado contra un árbol.
El cadáver del hombre apareció en la cuneta, recostado contra la valla.

Su impermeable largo de color claro, se hallaba desgarrado y cubierto de sangre.
En medio de la carretera, justo sobre la línea continua blanca, yacía, como mudo testigo de la tragedia, una gorra negra con un anagrama rojo en forma de pequeño bumerang.