HUELLAS EN LA NIEVE
El
viejo Lucas caminaba por el bosque nevado, bajo la amenaza de un cielo plomizo.
Hacia la mitad de la cuesta, se detuvo
y miró la franja sobre el camino, que dibujaban las copas de los árboles.
Silencio absoluto, quietud total. Se avecinaba una enorme nevada. Lucas cerró
los ojos y aspiró profundamente.
(El camino que lleva a Belén...)
El familiar villancico descendía desde el
espigado campanario del pueblo, se derramaba por las callejas y se colaba por
las ventanas, culebreaba juguetón entre las guirnaldas de luces y, después de
pavonearse admirando su faz ancestral multiplicada en las bolas del gran pino
de la plaza, llegaba por fin hasta el bosque, tras cruzar los campos nevados a
lomos del viento del Norte.
Lucas se deleitó, admirando aquel
instante de magia suprema. El anciano sintió la plenitud del momento irrepetible
en que todos y cada uno de los átomos y células de su cuerpo se fundían en
armonía infinita con los diminutos cristales estrellados y danzaban
juntos sobre el bosque, al son de las entrañables notas navideñas.
(...baja hasta el valle que la nieve cubrió...)
Un perro ladró en la lejanía, hacia el
pueblo. Aquel sonido inesperado rompió el hechizo. Lucas respiró hondo otra vez
y se dispuso a ascender los últimos metros del camino, antes de comenzar el
descenso final hacia la aldea.
Hacia
la mitad del corto pero difícil trayecto, un rayo de dolor intenso estalló en
el pecho del viejo caminante.
Lucas
se dejó caer al pie de un enorme roble, recostándose contra su tronco nudoso.
(...Los pastorcitos quieren ver a su Rey...)
Los
villancicos seguían llegando como viejos amigos que vienen a despedirse y, de
paso, a recordar tiempos pasados.
(...Le traen regalos en su viejo zurrón...)
Lucas se acomodó mejor contra el
hospitalario roble y cerrando los ojos vio a su abuela y oyó su voz.
“Cuando tú naciste cayó la nevada
más grande que se viera en mucho tiempo. Estuvo nevando varios días seguidos.
En la habitación de al lado unos niños cantaban villancicos…”
(...Yo quisiera poner a tus pies...)
El
hombre, la nieve y la Navidad unidos para siempre desde su primer segundo de
existencia. Millones de cristales que
bullían suspendidos en la atmósfera aquella lejana Nochebuena y que, atraídos
por las mágicas melodías navideñas, habían sido atrapados y moldeados por éstas,
generando la forma de un niño, compuesto de música y nieve.
(...algún presente que os agrade, Señor...)
El
moribundo anciano abrió los ojos y se incorporó a medias contra el tronco del
árbol. Lentamente, recorrió con la mirada el rastro de huellas que había dejado
sobre la nieve, visible hasta la primera curva del sendero, unos 100 metros más
allá.
Huellas sobre la nieve. Al final, la
vida del hombre se reduce a eso. Al nacer, nos depositan sobre un campo nevado,
cubierto de nieve recién caída y tú comienzas a caminar, y las huellas que vas
marcando son la historia de tu vida.
La nieve…siempre la nieve…suspendida
sobre su cabeza en el aire quieto. Lucas volvió a cerrar los ojos y percibió
con abrumadora intensidad la tensa espera de la tierra, aprestándose a recibir la túnica que la envuelve,
acunándola en su seno, mientras le susurra al oído secretos más viejos que el
mundo.
El
viejo abrió los ojos y miró al cielo. Un copo de nieve cayó sobre su frente.
(El
camino que lleva a Belén...)
Unos
minutos más tarde, nevaba con fuerza sobre el bosque.
(...yo voy marcando con mi viejo tambor...)
Arropado
por el esponjoso manto y mecido por la más dulce de las nanas, el viejo Lucas
comenzó a adentrarse en el sueño eterno. Al igual que aquella lejana Nochebuena,
83 años atrás, la música y la nieve se fundieron entrelazándose y un mágico
torbellino surgió, extendiéndose entre el hombre y el cielo. Absorbido por el
fantástico remolino de helados acordes, Lucas se dejó llevar, deslizándose
apacible, sintiéndose girar, ascendiendo lenta e inexorablemente, impulsado por
la blanca y cristalina melodía.
(…Su ronco acento es un canto de amor...)
El fantástico tornado sobrevoló el camino que el anciano había recorrido. Lágrimas de hielo negro cayeron sobre todas y cada una de sus huellas. A continuación, el vórtice se elevó sobre el bosque, flotó un momento sobre los árboles y desapareció entre la cascada de los copos de nieve.
Encontraron el cuerpo del viejo yaciendo al pie
del roble, cubierto de nieve y con una expresión de dicha congelada en su
rostro yerto.
Mientras la tormenta seguía
arreciando, Laura, la nieta menor del anciano, permanecía inmóvil, contemplando
el cadáver de su querido abuelo.
La chica miró hacia abajo desde lo alto de la
cuesta, a través de la espesa y oscilante cortina blanca. La nieve voraz, que
caía sin cesar, había borrado las huellas de Lucas y el camino aparecía
cubierto por una capa uniforme e inmaculada.
Laura
se secó las lágrimas, elevó los ojos al cielo y sonrió, lanzando un sonoro beso
a través de los billones de estrellitas heladas que caían acariciando su
rostro.
Después, comenzó a descender por el
sendero, lentamente, silbando feliz, y la nieve, gozosa, cantaba bajo sus
botas.
(...Resuenen
con alegría los cánticos de mi tierra…)