RESURRECCIÓN
Un
buen día llegaron los hombres y las mujeres. Todos vecinos de Castropol, todos
con ganas de trabajar. Desinteresadamente.
Vinieron
cargados de herramientas y buenas intenciones.
Cortaron
las zarzas y las hiedras, limpiaron el patio y despejaron la huerta.
Libre
de la maleza opresora y asfixiante, el palacio de Valledor respiró aliviado
ensanchando sus pulmones de piedra.
El
color de la vida retornó a sus paredes grises y a sus ventanas verdes, tras
largos lustros sepultadas y a merced del invasor.
Un
hondo sentimiento de bienestar y gratitud infinita se adueñó del alma de la
vieja casona.
El
vigor juvenil de antaño pareció animar de nuevo sus músculos y huesos, varias
veces centenarios.
La
sangre de la memoria fluyó con renovados bríos a través de las ancianas
arterias e irrigó las agostadas neuronas haciendo reverdecer los recuerdos.
El
palacio de Valledor volvía a nacer.
Como
un ave Fénix colosal resurgía de entre las cenizas del olvido, desplegaba sus
alas ciclópeas y muy pronto, pletórico, surcaba de nuevo los cielos.
Al
fin se marcharon los obreros y aparecieron los músicos.
La
banda de gaitas “El Penedón”
estableció allí su cuartel general.
Los
acordes festivos retumbaron entre las paredes aletargadas y estremecieron los
cimientos enmohecidos.
Las
familiares melodías espantaron la tristeza y barrieron la melancolía que, como
pátina desolada, rocío funesto, sudario invisible, habían recubierto por entero
la maltratada piel del palacio.
La
arrolladora cascada de notas verbeneras se derramó, impetuosa y exploradora,
reverberando hasta el último y adormecido rincón, reventando la burbuja del
silencio, enclaustrado y polvoriento.
Y
con la música llegaron los niños.
Armados
con tizas de colores, tomaron el patio y lo llenaron de nombres y risas.
El
familiar bullicio infantil, largamente añorado, rompió las barreras del tiempo
y tendió puentes a través de los abismos de la memoria fusionando pasado y
presente.
Ahora,
al fin, el palacio de Valledor emergía del largo túnel y encaraba un futuro
halagüeño cargado de ilusión y optimismo, presto para continuar acrecentando su
historia de siglos.
Cuánto me alegra esta resurrección. Aunque no lo haya visto en persona, es un viejo amigo al que he llegado a querer a través de tus relatos. Todos teníamos que ser como el Palacio de Valledor y aprender a reinventarnos, dejar atrás el colegio que fuimos para albergar a una banda de música. Un placer leerte, Paco, y un beso muy fuerte
ResponderEliminarEl Palacio es feliz con estas palabras que le dedicas en su nascencia por tercera, cuarta vez. Volver a surgir al mundo visible. Una microhistoria llena de prosa, dando vida a la estéril piedra y colorido al gris primitivo. Un abrazo Paco
ResponderEliminarHermosa crónica poética. ¡Hay tanta vida latente,tanto gajo anhelante de vida!Me encantaron la temática y la construcción.
ResponderEliminarEl renacer de la vida.
ResponderEliminarEs un escrito muy bonito y positivo, como las risas de esos chiquillos que resuenan bien altas y las comparte el lector.
Un abrazo, Paco.
Amigo Paco, compartes con nosotros un texto en el que se adivina mucho más de lo que se lee porque, si las paredes (muros) hablaran, y yo opino que lo hacen, comprenderíamos cosas que ni imaginamos. Sólo tenemos que saber cómo arrimar nuestros oídos a la fría piedra, esperar y saber escuchar. Mientras tanto, leyendo relatos tan instructivos como éste tuyo, podemos ir adelantando tarea. Muchas gracias por ello y, ¡enhorabuena!
ResponderEliminarUn abrazo.
Un título más que adecuado, una casona mancomunada con el palacio de Valledor, el pueblo unido en la reconstrucción de algo más que unas paredes significadas y habitadas en su día por muchos, entre otros supongo, este hombre que fue niño, y que tenemos la fortuna de que nos cuente su Resurrección.
ResponderEliminarMe alegro por la feliz resurrección del palacio de Valledor. Un relato muy bien estructurado, y mejor escrito.
ResponderEliminarUn abrazo enorme, Paco.
Pequeños milagros con los que resurge la vida. Un texto precioso.
ResponderEliminarA quienes llevamos un tiempo leyéndote no nos extraña tu querencia por el palacio de Valledor, lugar al que sin duda guardas un cariño especial por haber vivido en él parte de tu infancia. Los lugares que hemos aprendido a amar de niños siempre permanecen en el recuerdo con el paso del tiempo. Supongo que ver resucitar a la casona de sus cenizas habrá sido una experiencia muy gratificante. Un abrazo Paco!
ResponderEliminarPreciosas palabras para esta resurrección de un palacio donde sus piedras puedes respirar tras la poda de las marañas que la ocultaban. Que bueno es que se le dé vida a un palacio para que haya un disfrute cultural para el pueblo que lo vio siempre casi en la penumbra. Un abrazo.
ResponderEliminarHola, Paco. Te he nominado a los Blogger Recognition 2018. Puedes verlo en:
ResponderEliminarhttps://isladelosvientos.wordpress.com/2018/07/18/me-han-nominado-para-el-blogger-recognition-2018-award/
Saludos.
Muchas gracias, Mirna. Ya lo miro. Un abrazo.
ResponderEliminarHola Paco:
ResponderEliminarComo muestra de admiración, te he nominado para el premio Blogger Recognition Award. Si quieres aceptarlo, puedes recogerlo en El crujir de la escarcha:
http://elcrujirdelaescarcha.blogspot.com/2018/10/the-bloggers-recognition-awards.html
Un beso
Hola, Ana:
ResponderEliminarMuchas gracias por tu nominación, que para mí supone un honor y un privilegio viniendo de una escritora de tu categoría. Un fuerte abrazo, amiga.