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martes, 17 de abril de 2018

NOCHE DE DIFUNTOS EN CASTROPOL



                      NOCHE DE DIFUNTOS EN CASTROPOL


       CAPÍTULO I: NOCHE DE VELADA EN EL BAR ANTÓN.

Mi nombre es John McKane y ésta es mi historia. En pleno uso de mis facultades mentales, paso a relatarles los inquietantes acontecimientos que me tocó vivir la última Noche de Difuntos, hace hoy exactamente un año.
Soy escocés de nacimiento y asturiano de adopción. He trabajado como médico forense durante unos veinte años hasta que un desgraciado accidente forzó mi prematura jubilación. Viajé por el mundo para matar el tiempo y levantar el ánimo. Un buen día arribé a Castropol y me encontré como en casa. El olor del aire cargado de salitre, las gaviotas chillando entre la niebla, las olas que rompen contra los acantilados...todo me resultaba entrañablemente familiar. Largas jornadas vagando sin rumbo y al fin retornaba al hogar. Aquí me conocen como Johnny, "El Escocés".
Compré una casa en la zona que llaman “La Mirandilla". Se trata de una pequeña vivienda de dos plantas que años atrás albergó el bar "El Peñón", cuyo nombre evocaba el promontorio rocoso sobre el que se asienta, un balcón sobre el mar columpiándose al borde del abismo.
Todo ocurrió, como digo, la Noche de Difuntos. A eso de las once me encontraba en el bar Antón cumpliendo con la rutina, bendita rutina, de casi todas las noches en los diez años que llevo viviendo en Castropol. Sentados a la mesa me acompañaban mis habituales compañeros de velada. Enfrente de mí hallábase Miguel, maestro jubilado, hombre culto de tez rubicunda y hablar pausado, que gusta de pronunciar sentencias breves y juiciosas. A su diestra encontramos a Arsenio, el viejo lanchero de la ría. En su rostro de pergamino se dibujan mil arrugas como renglones, donde la brisa salobre de la ría del Eo ha ido escribiendo el azaroso diario de un oficio y una vida sobre el agua. En el lado opuesto tenemos a Arturo, su sempiterno compañero de tute. Arturo es albañil de obras pequeñas. Sobrevive haciendo pequeñas chapuzas aquí y allá, y además posee el prestigioso título de " Enterrador oficial del Pueblo"; esto es, mantiene limpio el cementerio y sella con ladrillos y cemento la última morada de los difuntos. Su ingrato oficio encaja muy bien, como más adelante se verá, en el argumento de mi sorprendente historia.
A estas alturas de la noche quedaban en el bar una media docena de parroquianos que, arengados por el atronador vozarrón del barman, celebraban enfervorizados la apabullante victoria del Real Madrid en un partido de la Champion. Por nuestra parte, mis tres colegas y yo habíamos finalizado nuestra acostumbrada partida de cartas y entre sorbo y sorbo de JB, la tierra siempre tira, debatíamos, como siempre, sobre todo lo humano y lo divino. Inevitablemente, dada la hora y la fecha en que nos encontrábamos, dejamos de hablar de los vivos y pasamos a ocuparnos de los muertos. En un momento determinado, Miguel interpeló a Arturo, medio en serio, medio en broma, sobre las probables experiencias sobrenaturales a las que por su oficio estaría abocado, y el ilustre peón le replicó con un parco discurso estructurado en torno a dos ideas clave: cuando fallecemos se termina todo y los muertos nunca han hecho daño a nadie; es a los vivos a quienes hay que temer. El profesor jubilado argumentó entonces que no se pueden lanzar afirmaciones tan categóricas, a tenor de las múltiples experiencias inexplicables relatadas por individuos de muy diverso linaje y condición; luego citó a Shakespeare y su famoso " hay más cosas en la Tierra..." y, finalmente, terminó revelándonos un caso de experiencia extracorpórea que, según dijo, le había ocurrido a un conocido suyo, el cual había sufrido varios paros cardíacos en el transcurso de una delicada operación quirúrgica, y en ese trance había sentido como si se elevara hasta el cielo raso de la habitación del quirófano, y desde allí se había visto a sí mismo tumbado en la camilla.
Llegados a este punto, consideré mi deber intervenir, a fin de que la racionalidad científica y el sentido común prevalecieran contra toda aquella parafernalia paranormal y sobrenatural, avalado por el íntimo y profundo trato con los muertos que mi antigua profesión me había proporcionado a lo largo de dos décadas largas. Así que, tras rebatir con sólidos y muy cartesianos argumentos las fantásticas teorías de mi amigo Miguel, me permití comentar en tono jocoso que todas estas historias de muertos y aparecidos les venían muy bien a los fabricantes de disfraces y velas, así como a los cultivadores de flores y calabazas, aludiendo a las fechas en que nos hallábamos. Critiqué acaloradamente esa horterada anglosajona de Halloween y, entre otros lugares comunes de estos terrores de feria, mencioné también la Santa Compañía, Güestia o Santa Compaña, como se les dice por estas tierras del Occidente. Fue mencionar esta antigua superstición de la mitología popular y rural y provocar la airada y apasionada intervención de un Arsenio que hasta entonces no había participado en el debate. El viejo marino alzó la mano con un gesto perentorio y reprobó duramente mis humorísticos comentarios, alegando que en ningún caso se podía comparar ese circo infantil de Halloween con la Santa Compaña, que era una cosa muy antigua, muy seria y muy real. Arturo, el incrédulo albañil, preguntó qué era eso de la Santa Compaña, que nunca había oído hablar de tal cosa. Arsenio lo miró como si fuera un bicho raro, comentó que era increíble el grado de ignorancia de algunas personas y, con mucho gusto, lo puso al corriente del tema. Así que, muy a mi pesar, no me quedó más remedio que escuchar la lección magistral del viejo lanchero.

      
                  
                     CAPÍTULO II: LA SANTA COMPAÑA.

A grandes rasgos, explicó que la Santa Compaña era una procesión de ánimas en pena que no podían descansar en paz. Los desgraciados espíritus visten una especie de sábanas o túnicas de talla superior y deambulan por los caminos alumbrándose con tibias humanas a modo de antorchas, haciendo sonar una campanilla, arrastrando pesadas cadenas y profiriendo horribles lamentos; en fin, toda la escenografía necesaria para que no quepa la más mínima duda de que están sufriendo un penoso tormento. Peregrinan en busca de otras almas descarriadas para incorporarlas al espeluznante cortejo. La Santa Compañía suele desfilar durante todo el año, sobre todo por la noche, pero es en la Noche de Difuntos cuando su actividad aumenta frenéticamente, multiplicándose sus apariciones y, con ellas, los espantados testimonios de las personas que alguna vez se toparon con la escalofriante comitiva y su famoso grito de guerra: " Andad de día, que la noche es mía".
Así nos lo contó el bueno de Arsenio y, mientras lo hacía, a mí me pareció que nuevas arrugas nacían en su apergaminado rostro. Por mi parte, reprimí la tentación de soltar algún comentario sarcástico. Su rictus de extrema seriedad y el fervor de su discurso me indicaron que el viejo lobo de ría se creía a pies juntillas todas las fantasías que acababa de largarnos. Únicamente le pregunté por alguno de los espantados testimonios que había mencionado y entonces se resolvió el misterio de su fe en la Santa Compaña. Al parecer, su propio abuelo había presenciado el desfile de la esperpéntica romería. En una noche como hoy, hacía más de 90 años, paseaba el hombre por el camino del cementerio - que ya son ganas de provocar, digo yo - y vio como la Güestia salía del camposanto, atravesaba la verja de la puerta, sin abrirla, y pasaba a su lado en dirección al pueblo. Petrificado, incapaz de moverse, el abuelo de nuestro amigo asistió a paso de la funesta comparsa. Arsenio remató la historia explicando cómo su antepasado se la había revelado unos años más tarde, también una Noche de Difuntos, y aún recuerda perfectamente su voz entrecortada, el temblor de sus manos y el vello erizado de sus antebrazos.
Miguel completó la exhaustiva información mitológica aportando algunos datos más. Por lo visto la visión de la Santa Compaña se considera un malísimo presagio porque anuncia la muerte de quien la contempla, al año siguiente. Si algún día, o mejor alguna noche, tenemos la infausta fortuna de encontrarnos con ella, jamás de los jamases debemos aceptar nada que nos ofrezcan, especialmente si se trata de comida, porque automáticamente quedaríamos condenados a vagar en su "agradable" compañía por los siglos de los siglos. Como protección contra sus malignas intenciones, es muy aconsejable dibujar en el suelo un círculo con una cruz y colocarnos sobre él, y también dejar un caldero con agua en la puerta de casa para que los condenados puedan saciar la ardiente sed que los consume.


        
                CAPÍTULO III: UN ENCUENTRO INESPERADO

Después de aquello, nadie dijo nada y la velada tocó a su fin. Era más de medianoche y ya iba siendo hora de regresar a casa, aunque, como era mi caso, nadie esperara en ella. Esa es la más terrible secuela del maldito accidente.
A partir de aquí extremaré, si cabe, el rigor en el relato de la cadena de acontecimientos, procurando no saltarme ningún eslabón, para que el ocasional lector no pueda acusarme de escamotear datos que pudieran contribuir a arrojar luz sobre los extraños sucesos de esa noche. Así que atentos, porque cada detalle puede ser importante.
Acabábamos de levantarnos de la mesa y, justo en ese preciso instante, comenzó a oírse fuera el ulular de una sirena de policía que parecía aproximarse a donde nos encontrábamos. Arturo comentó que, seguramente, perseguían a algún borracho que se había saltado un STOP. Arsenio, Arturo y Miguel salieron juntos del bar, mientras yo me acercaba a la barra y pagaba las consumiciones. Era lo acordado por haber perdido la partida. Me sorprendí por lo abultado de la cuenta y tuve que soportar las habituales chanzas sobre la legendaria tacañería de los escoceses. Luego, entré en el baño y tardé unos cinco minutos en salir. A estas horas de la noche ya no quedaba nadie más en el bar. Descolgué el abrigo de la percha y me lo puse, así como el sombrero y la bufanda. La sirena de la policía sonaba cada vez más cerca. Parecía encontrarse ya a la altura del Peñamar. Me despedí de Paco y me dispuse a abandonar el local. Si en ese momento hubiera siquiera sospechado lo que me esperaba fuera, jamás hubiera puesto el pie en la calle. Pero, claro, ¿cómo podía saberlo? ...No soy adivino.
Así que abrí la puerta y comencé a caminar por la acera hacia la plaza del Ayuntamiento. La sirena aullaba ahora, ensordecedora, seguramente ascendiendo la calle Vior, y un resplandor de faros iluminó el extremo de la calle Penzol-Lavandera.
Era una noche agradable, templada y apacible. Apenas si soplaba una ligera brisa procedente de la cercana ría. Desde un cielo completamente despejado, la Luna llena iluminaba la calle Marqués de Santa Cruz, por la que paseaba en esos momentos. Había decidido caminar un poco antes de ir a casa, para despejar la cabeza del efecto letal combinado, provocado por el JB y las historias de Arsenio y su bendita Santa Compaña. Pausadamente, contagiado por la profunda calma y el espectral silencio de la noche, recorrí el trecho que va desde el bar La Cuesta, antes bar Gato, hasta la esquina del parque, maldiciendo, como siempre que transitaba por allí, el deplorable bloque de apartamentos que se había llevado por delante buena parte del parque Vicente Loriente, incluyendo varios árboles centenarios.
Lentamente, peldaño a peldaño, ascendí la escalera de piedra y comencé a atravesar el parque. A lo lejos, las luces del Puente de los Santos competían con la Luna para vestir de gala la ría, arrancando mil destellos a su brillante piel de plata. Allí enfrente, más allá del solar desierto que aguarda "próxima construcción", la torre de la iglesia refulgía, descollando en todo su esplendor, como el mástil de un gigantesco velero arrojado a la orilla por la fuerza de algún colosal tsunami. En un banco del parque, a la vera del héroe Villamil, una pareja de adolescentes se besaba apasionadamente. Su ardor juvenil era un canto a la vida en esa Noche de Difuntos. Pasé a su lado y me ignoraron totalmente, como si no estuviera allí.
Me disponía a abandonar el recinto arbolado cuando un enorme mastín, más negro que la noche, se me acercó gruñendo amenazadoramente. Le hablé intentando calmarlo, al tiempo que extendía mi mano en un gesto amistoso. La imponente fiera retrocedió gimiendo lastimosamente y huyó a toda velocidad. Aquel repentino cambio de actitud me sorprendió. Instintivamente, me giré y miré a mi espalda, pero allí no descubrí nada que pudiera haber provocado el extraño comportamiento del animal.

     
           
               CAPÍTULO IV: UN GRITO EN LA NOCHE.

Me encogí de hombros y proseguí mi camino. La noche había refrescado y cada vez me sentía mejor. Mi cabeza se había despejado por completo. Una insólita energía recorría todo mi ser y me permitía desplazarme con extrema ligereza, al tiempo que un vigor inusitado animaba todos mis movimientos. Descendí la amplia escalinata y enfilé la callejuela Amor hasta desembocar en la calle Acevedo. En los edificios circundantes no se atisbaba la más mínima fuente de luz, no se percibía el menor sonido. El silencio comenzó a resultarme opresivo, casi tangible, como una pegajosa y gigantesca telaraña. Acercándome a la Escuela Hogar, tuve la impresión de caminar por el pasillo de un camposanto hacia el panteón del fondo. Sacudí la cabeza con un gesto de fastidio, me detuve, cerré los ojos, respiré hondo y logré, al fin, espantar aquella desagradable aprensión que había atrapado mi espíritu.
Me entretuve un buen rato contemplando el Palacio de Valledor a través de la enrejada ventana verde. La cruda luz de Selene perfilaba los contornos fantasmales del viejo caserón. Sus rayos, implacables y hostiles, se debatían, atrapados, sobre las viejas "louxas", apuñalaban las sombras en los amplios ventanales y se retorcían, culebreando, entre las columnas y la maleza del patio.
De repente, un sonido inquietante sobrecogió el alma de la noche.
La maldita lechuza salió disparada desde el alero, sobre el tejado de la capilla, justo encima del reloj de sol, y se abalanzó contra la ventana donde me hallaba. Ahogué un grito y me eché hacia atrás, pero el ave de mal agüero rectificó el vuelo de forma inverosímil y se alejó volando sobre el tejado en dirección a la mar. Apostado ahora en mitad de la calle, miraba la ventana abierta. Ésta se me antojó una boca monstruosa a través de la cual el vetusto Colegio San José gritaba al mundo su soledad y abandono, implorando ayuda a todos los que alguna vez había cobijado entre sus viejos muros a lo largo del último  siglo.
Con sensación de amarga pesadumbre, continué mi paseo por la reformada calle Acevedo. Aproximándome al primer recodo, repentinamente, unos faros me deslumbraron. Yo caminaba por el medio de la calle y el auto se me echó literalmente encima. Tuve el tiempo justo de arrojarme contra el muro y la visión fugaz de una melena rubia y unos pendientes con forma de sol centelleando en la noche. La chica me dirigió una mirada entre asustada y desconcertada, pero prosiguió su camino sin reducir un ápice la velocidad de su deportivo color sangre.
A partir de aquí aceleré el paso. Ascendí por la nueva senda abierta en el talud a la derecha, raudo crucé el descampado donde se asientan las antiguas Escuelas de EGB, descendí por la calle Vijande y, tras recorrer el túnel bajo las acacias, fui a parar a la carretera general, al lado de la vieja capilla de San Roque. Allí decidí descansar un rato y me recosté contra la verja de la puerta contemplando, también con pesar, el viejo bar de San Roque semiderruido y, más a lo lejos, las casas de San Juan arracimándose en torno a la torre-minarete de la original iglesia.



       CAPÍTULO V: "DALES, SEÑOR, EL DESCANSO ETERNO..."

La noche seguía refrescando y la brisa, ahora más fuerte, azotaba mi rostro mientras caminaba por la carretera que baja hasta el puerto. Al llegar al cruce, me acordé de la historia del abuelo de Arsenio y decidí continuar hasta el muelle. No había andado ni veinte metros cuando sentí un escalofrío que me hizo estremecer y, arrastrado por un impulso irresistible, volví sobre mis pasos y tomé la ruta del cementerio. En ese momento, una nube ocultó la Luna. Aquello me pareció un mal presagio. Justo al llegar junto a la puerta del camposanto, el astro asomó de nuevo haciendo brillar las lápidas. La verja no estaba atrancada. La empujé y se abrió con un agudo chirrido. El sonido espantó un ave blanca que se había refugiado en un eucalipto cercano. En medio de un mortal silencio, caminé entre las tumbas. El aire estaba perfumado por las flores depositadas durante esos días. Ahora parecía que la Luna alumbraba con más intensidad y pude leer sin dificultad las inscripciones en el mármol. Me encontraba en cuclillas, descifrando una leyenda de principios de siglo, cuando me sobresaltó un pequeño ruido procedente de las tumbas situadas al fondo, allí donde las sombras se espesaban. Me acerqué cautelosamente caminando por el pasillo de cemento, entre los setos pulcramente recortados, y descendí los cuatro escalones que separan la explanada superior del pasillo inferior.
Ahora el extraño ruido se oía cada vez más cerca, y procedía, sin duda, del rincón más alejado situado en la pared opuesta. Me planté delante de los nichos que allí se levantaban y escuché atentamente. Sonaba como un rascar de uñas contra la piedra, como si algo o alguien intentara salir de las tumbas. Las estudié de cerca y descubrí una lápida mal ajustada. Tiré de ella y apenas opuso resistencia. Dentro había un saco de arpillera repleto de restos humanos que se movían como si tuvieran vida propia. Lo sacudí y un tropel de enormes ratas huyó en estampida. Volví a colocar la lápida en su sitio, murmuré una oración y abandoné el cementerio rumbo al campo de fútbol de La Paloma. Al final de Vicente Loriente giré a la derecha.
Ante mí se yergue, altiva y desafiante, la histórica capilla del parque. Ostenta, orgullosa, los títulos de edificio más antiguo del pueblo y única superviviente del gran incendio de 1587. "Diego García Moldes, 1461", así reza la leyenda. Desde la noche sin tiempo, talladas sobre el dintel,  tres máscaras me miran fijamente. No hay piedad en sus ojos. Son duros y fríos como la piedra.



CAPÍTULO  VI: EL REGRESO

Bajando por la calle "El Campo", rememoro la última procesión del Corpus y la magna obra de la Asociación "El Pampillo". Año tras año, a principios de junio, trenzando formas de ensueño, sobre la carne negra de asfalto, palpita la piel de pétalos. Sumido en profundas reflexiones, a punto estoy de ser arrollado, delante del portalón de Villa Rosita, por una pandilla de chavales que subían cantando, con unas copas de más. Los increpé duramente, pero continuaron calle arriba sin hacerme el menor caso.
Asciendo, al fin, la última cuesta camino de casa. Apoyado en el panel turístico contemplo la ría. De pie, tras el atril, soy un director de orquesta y una poderosa sinfonía nocturna se despliega ante mí. La calma volvía a ser total. El cielo y el mar centellean entrelazados en una vorágine de luz. El espectáculo era realmente grandioso.
En ese momento, una gigantesca y pálida serpiente surgió por detrás del islote de El Turullón y comenzó a avanzar hacia mí. La procesión de la Santa Compaña se aproximaba, caminado sobre las aguas. Más de un centenar de almas en pena desfilaban, alumbrándose con huesos, y proferían pavorosos lamentos. Pronto, la cabeza de la marcha se situó a unos diez metros de mi posición. Sus túnicas blancas flameaban al viento a pesar de que no soplaba la más mínima brisa, mientras levitaban sobre el barranco de la Mirandilla. El que abría la comitiva me señaló, apuntándome con un dedo que más parecía una garra, y me miró con sus espantosos ojos blancos.
El campanario de la iglesia dio las dos y yo eché a correr como alma que lleva el diablo, o mejor, como alma que el diablo viene a buscar. Como una centella atravesé la plaza del Ayuntamiento y, a la altura de la antigua biblioteca, me di de bruces con un tumulto de gente que parecían rodear a una persona tirada en el suelo. Nadie pareció reparar en mi presencia. Me acerqué al hombre caído y descubrí......mi cuerpo inerte, yaciendo sobre la acera.
A partir de aquí, curiosamente, mis recuerdos se vuelven más confusos y presentan ciertas lagunas. Sé, sin embargo, que en ese momento abrí los ojos y, como por entre una espesa bruma, reconocí varias caras inclinándose sobre mí y oí gritos de alegría que parecían llegar desde muy lejos.
Abreviando, diré que pasé varias semanas en el hospital, recuperándome de las múltiples lesiones y, sobre todo, para comprobar como evolucionaba de la tremenda conmoción cerebral que me había tenido inconsciente durante unas dos horas y, al parecer, con posible parada cardiorrespiratoria, justo después del brutal impacto, de la que por lo visto me había recuperado, sorprendentemente, de manera espontánea. Lógicamente, todo esto lo supe al abandonar el hospital. El bueno de Miguel me lo contó todo. Ahí va un resumen de los hechos.


      
           CAPÍTULO VII (y último): EL PRINCIPIO DEL FIN.

La sirena de la policía, que había comenzado a oír en los instantes previos y continué escuchando mientras salía del bar, pertenecía a dos coches patrulla que venían persiguiendo a un traficante de droga desde más allá del cruce de Barres. Al llegar a Castropol, el narco ascendió por la calle Vior para despistar a la policía. Estos, en principio, continuaron la persecución calle arriba, pero al llegar al cruce de Salas decidieron dividirse y salirle al paso cortándole la retirada. Así que uno de los coches regresó al Peñamar y el otro se dirigió al cruce del cementerio. Por su parte, el delincuente prófugo enfiló la calle Penzol-Lavandera cuando yo rebasaba la esquina de la plaza del Ayuntamiento — recuerdo haber visto un fugaz resplandor de faros y así lo conté en su momento —y me atropelló a la altura de la entrada al parking, arrojándome contra el edificio de la antigua biblioteca. Allí, en una zona de sombra, estuve tirado e inconsciente hasta que un bendito noctámbulo me descubrió por casualidad. Afortunadamente, el infausto narcotraficante fue capturado, finalmente, en la zona del muelle, enfrente del Risón. El resto de la historia ya la conocéis: mi cuerpo yaciendo en la acera y yo paseando a medianoche.
¿Sueño?... ¿Alucinación?... ¿Viaje astral?......Amigo lector, ahora tienes todos los datos, conoces tanto como yo, así que ya puedes extraer tus propias conclusiones. Me preguntarás si he realizado averiguaciones para saber si a esas horas había dos adolescentes besándose en el parque; si existe el mastín negro; si el búho anida sobre el reloj de piedra; si una chica rubia, con un sol en cada oreja, circulaba a gran velocidad por la calle Acevedo; si Arturo había depositado el saco en la tumba; si una alegre pandilla subía gritando de madrugada por la calle El Campo......Pues te diré que no. No investigué nada porque temo conocer la verdad. Prefiero vivir con la duda inquietante y la molesta sospecha antes que debatirme en el tormento de la aterradora certeza, ya que, si todos esos episodios ocurrieron realmente, entonces también fue real, de alguna manera, el séquito de la Santa Compaña desfilando sobre la ría y flotando sobre el barranco de la Mirandilla. Entonces también estuvo ahí, levitando en medio de la nada, aquella garra apuntándome y la ciega mirada de aquellos ojos sin iris. No; si por un momento creyera que esto sucedió, mi cordura estallaría en mil pedazos.
Aquí concluye mi relato. Son las doce de la noche del Día de Difuntos del año 2012. Hace exactamente un año, tal día como hoy, salía del bar Antón y emprendía un paseo a medianoche por las solitarias y tranquilas calles de Castropol.
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—Vaya, parece que llaman a la puerta, ¿Quién demonios será a estas horas?...

FIN





21 comentarios:

  1. Os invito a pasear a MEDIANOCHE por las calles de CASTROPOL.

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  2. Tus COMENTARIOS son siempre BIENVENIDOS. Muchas GRACIAS.

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  3. Lo primero Paco, felicidades cumpleañero, que cumplas muchos más escribiendo historias como las que cuentas y que nosotros las leamos.
    Me guardo tu cuento y ya te diré compañero.
    Un abrazote.

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  4. Muchas gracias, Isabel. Lo mismo te deseo para ti. Enhorabuena por ese cuarto puesto, aunque realmente merecías bastante más. Ya me dirás que te parece la historia. A lo mejor ya la habías leído en TR. Un abrazo.

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  5. Casi llego tarde al trabajo. Se me ha ocurrido leerlo antes de salir y me he perdido por las calles de Castropol. Y eso que ya sabía adónde me llevaba pero me he recreado por el camino admirando cómo vas introduciendo en la trama, con detalles como el mastín negro, la lechuza o la sepultura con la rata hasta llegar al desenlace, que no cuento y que nos deja sin aliento. Enhorabuena, Paco. Un fuerte abrazo

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  6. Hola, Ana. Puestos a perderse, Castropol es un buen sitio para ello, te lo digo por experiencia. Ya imagino que te sonaría de TR, es uno de mis relatos favoritos. Muchas gracias por dedicarme tu tiempo y por tus generosos y estimulantes comentarios. Un abrazo, Ana.

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  7. Hola, Paco
    Que interesante tertulia, muy bonita y original manera de pasar con los amigos.
    No sabia que era la santa compaña, que historia más tenebrosa.
    Como puede ser? pero que valiente, después de ese cuento yo no me atrevería a pasear sola por las calles solitarias. La ambientación con la aparición de la lechuza, es escalofriante. Que espeluznante la travesía del cementerio, que horror! y para rematar se encuentra con la santa compaña con todos esos espectros desfilando, y a la vez ve mus mismo cuerpo fenecido.
    El último capítulo nos deja saber, en que momento paso el accidente, que ya me estaba pregunto, y como? cuando? jejejeje
    l¿Sueño?... ¿Alucinación?... ¿Viaje astral?. Quizá un sueño? los sueños se mezclan con las pesadillas, y el sentido de lo real e irreal pierde dimensión.
    Me encanto esta historia fantasmagórica, me atrapó desde el comienzo la magnifica narracion, un final inesperado. Espero que, el que toca a la puerta no sea una alma que se coló sin invitación. =0)
    Un saludo

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    1. Celebro que te gustara, Yessy. Te agradezco tu extenso y estimulante comentario. Visita Castropol, si tienes ocasión, no te arrepentirás; aunque, eso sí, mejor de día, por si acaso.
      Saludos cordiales. Nos vemos en El Tintero. Espero.

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  8. CAPIT. I

    Me encanta Pac como sitúas la historia en un soporte real (Ese Castropol que es probable que conozcas bien… el mar bravo, las rocas, el sonido de las gaviotas y es seguro que hasta el olor) Por un lado la cercanía de lo que se conoce, por otro el de la aventura de otras tierras, Jhon McKane, escocés, asturiano de adopción. El binomio de cerca-lejos.
    Por otro lado, en un relato largo, el escenario es importante trabajarlo bien (es una de las característica de nuestro común compañero Jorge Valín, el tratamiento de los escenarios)
    Asimismo, en un relato largo, en las novelas con mayor razón, te puedes entretener en los detalles, en dibujar a los personajes, como has hecho con los tertulianos del bar “El Peñón”.
    El relato se hace creíble y visual, me parece estar en la tasca escuchando las diversas opiniones de los amigos sobre el tema de los difuntos… y poco a poco nos metes en La Santa Compaña, mucho más tradicional y de nuestra tierra (al menos antes) que las costumbres importadas. La Santa Compaña impone.
    Así que tenemos un primer capítulo con una introducción cuidada, currada y creíble, contada a fuego lento.

    Mañana más Paco…a por el II

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    1. Hola, Isabel. Vaya, no sabes como añoraba tus extensos y minuciosos comentarios. Me recuerdas un forense de prestigio diseccionando al difunto (muy apropiado para este relato) sin que se le escape ningún detalle. Castropol es mi segunda patria, allí toda la EGB desde el 71 al 78, interno en la Escuela Hogar del Palacio de valledor. Aparte de éste, me ha inspirado varios relatos más. Uno de ellos, "Regreso al Palacio de Valledor" también está en el blog. Creo que ya lo comentaste en Tus Relatos. Espero mantener el nivel en el II capítulo...ya me dirás. Y si tienes ocasión de visitar Castropol, no lo dudes, sobre todo si te gustan los pueblos marineros con calles solitarias para perderse y bares a la vera del mar para reponer fuerzas...entre otras muchas cosas.

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  9. ...Y anímate a subir un relato para Tintero Paco, me gustaría mucho que participaras, escribes muy muy bien y vale la pena tener colegas de categoría como compañero de concurso.
    Recuerda que si te decides el relato no puede tener más de 1000 palabras, que si no te enrollas ;)
    Un abrazo Paco.

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    1. Ah, pensé que ya estabas enterada por mi comentario en el blog de David. Claro que voy a participar, de hecho ya tengo el relato decidido (997 palabras, creo recordar, apurando el límite permitido). Lo estoy puliendo y en dos o tres días lo subo. Ya he visto el tuyo. A ver si se va animando la gente. Un abrazo, Isabel.

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    2. Es verdad que lo dijiste y lo de tu cumple también...

      II

      Uno de los terrores de mi infancia fue que se me apareciera la Santa Campaña por culpa de los cuentos que me contaba mi abuela sobre ella.
      Está bien que utilizaras la boca del pobre Arsenio para explicar la Santa Campaña, mucha gente la ha olvidado o no sabe lo que es. Buen contraste, además, entre la fe en su existencia de uno, y la incredulidad del narrador, incluso cierto sarcasmo.
      Bueno Paco, has preparado el clima para ver que va a ocurrir en “Un encentro inesperado”
      Hasta mañana compañero, nos vemos en III

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    3. Sin duda, la Santa Compaña es todo un icono de la mitología popular de tu Galicia, especialmente en el ámbito rural.
      Aquí, a este lado de la frontera, la quinta provincia gallega que proclamó alguien, siempre se han contado muchas historias sobre la funesta procesión de almas en pena. La llegada de la luz eléctrica a las aldeas supuso el principio del fin de la macabra romería.

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  10. III

    De este capítulo me ha gustado especialmente que nombres las calles, el parque, el puente etc…hace que resulte más verosímil el relato y le presta veracidad. Que el mastín se comporte de manera extraña ya vaticina que algo va a ocurrir.
    Ya vi Paco, que has escrito un relato para tintero, cuando termine de comentarte este voy a por él.
    Ta lué ;)

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    1. Exacto, Isabel, esa es la idea: ofrecer el mayor número de referencias terrenales, construyendo el escenario para que el lector tenga la sensación de encontrarse realmente paseando a medianoche por las calles de Castropol.
      Un abrazo.

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  11. En el cap. IV has logrado crear inquietud a medida que el protagonista relator de tu cuento caminaba. Eres bueno Paco describiendo los escenarios, ya te lo dije.
    Destaco los detalles de la falta de luz, de las sombras, el vuelo de la lechuza, los pensamientos inquietantes…

    En el V cuentas que la noche refrescaba, para el punto de vista de una canaria, octubre en Asturias más que fresca es fría ¡cómo sois los chicarrones del norte!
    Buena escenificación la del cementerio, utilizas la luna como un foco de luz para resaltar el escenario. El saco de ratas un buen recurso para intensificar el momento.

    VI
    ¡Qué bonitas imágenes la del Corpus de frases poéticas! Me gustó lo de la carne de asfalto y la piel de pétalos, y sobre todo, como mete, con naturalidad, el narrador sus recuerdos.
    ¿Ves Paco cómo sabes orquestar las imágenes? Cielo, mar y luz bajo tu teclado-pluma batuta… y en medio de toda la apoteosis, el momento álgido del relato, la procesión de la Santa Compaña sobre las aguas ¡Tremendo!

    Y en el último, dejas en el aire los acontecimientos, da igual que fueran alucinaciones, o… lo que fuera

    Tu relato me ha hecho dar una vuelta virtual por Castropol y ¡es precioso!, se nota el amor por tu tierra, los rincones recorridos, lo real que se vuelve tu contar, a pesar de la Santa Compaña, el tira y afloja de los momentos de tensión, el cuidado y manejo de los diversos escenarios, las luces y las sombras.

    Te doy la enhorabuena Paco. Un abrazo.

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  12. Bueno, Isabel, tus comentarios son un relato en sí mismos. Deberías dedicarte a la crítica literaria. Vaya, así que eres canaria y yo te había convertido en gallega, por lo que cuentas de la Santa Compaña en tu infancia y porque el apellido Caballero abunda por esa zona. ¿Tienes antepasados en Galicia, entonces?.
    Si tienes oportunidad, después del recorrido virtual, te invito a hacer un recorrido real por Castropol. Seguro que te inspira más de un relato.
    Muchas gracias y un fuerte abrazo.

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  13. Pues no tengo antepasados gallegos, que yo sepa, pero ¡a saber!
    Caballero es un apellido abundante por Canarias, pero ya sabes que estamos muy mezclados. De los más "antiguos" sin duda, “Bethencourt” en sus distintas versiones (Bethencort, Betancourt, Betencor, Betancor… que llegó a Canarias con el normando Juan de Bethencourt, durante la primera fase de la conquista.

    Bueno Paco... ya ando leyendo tu espantapájaros, ya te diré compañero.

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  14. Betancor me suena como portero de Las Palmas o Tenerife décadas atrás. Ahora que lo pienso, en Galicia más que Caballero sería Cabaleiro, creo que me lié con La Santa Compaña y el alcalde de Vigo(Abel Caballero). Eso sí, nunca pensé que la Santa Compañía tuviera predicamento por esas latitudes tan meridionales con tantas horas de luz.
    Un abrazo más, Isabel.

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  15. Ya leí esta historia en TR y recuerdo que me envolvió la atmósfera, gracias a tus descripciones tan detallas, que las hacen sentir reales. El hecho de que esté ambientado en un lugar real, lo hace más creíble aún. Pero la atmósfera sobrecogedora solo se consigue si sabe narrar, si se sabe describir, y tú eso lo tienes más que superado.
    Un abrazo, Paco.

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