EL UMBRAL
DEL TIEMPO
Nicolás
Villamañe decidió entrar en la forja en ruinas, donde su difunto abuelo
Constante había trabajado hacía más de 50 años.
Se
quedó paralizado, física y mentalmente. Mudo de asombro, miraba a su alrededor
con ojos alucinados.
Todo
estaba como lo recordaba de niño.
Las
paredes tiznadas, las oscuras vigas, los bancos de madera, el fuego en la
fragua, las herramientas del abuelo sobre la robusta mesa de roble…
En
un almanaque, colgado en la pared, aparecía la leyenda “Ultramarinos Alejandro”, recubierta
por una capa de hollín. La hoja del mes, sin embargo, lucía inmaculada, y
correspondía a julio del año 1960.
Nicolás
hizo memoria y recordó que la tienda de Alejandro había cerrado a finales de los
años setenta.
A través de una pequeña ventana, el sol de aquel verano remoto se abría paso entre las sombras dominantes.
Nicolás trató de ir hacia ella, pero sus piernas se negaron a obedecerle.
En ese preciso instante, presintió que alguien más se acercaba. Y también supo, con irracional certeza, que nada bueno le podía suceder si ése alguien lo encontraba allí, en aquel lugar y en aquel tiempo, sobre todo en aquel tiempo.
Presa de un terror angustioso, retrocedió a trompicones, y salió al exterior.
Boqueando como un pez fuera del agua, con el corazón al galope, Nicolás derramó lágrimas de inmenso alivio al reencontrarse de nuevo con su querido mundo del año 2020, que, por un momento, había creído perdido para siempre.
Momentos
después, la extraña aventura vivida se había reducido a una nebulosa pesadilla.
Al día siguiente, aproximadamente a la misma hora, regresó a la casa en ruinas, y se sentó sobre la hojarasca de la entrada, sin atreverse, de momento, a penetrar en su interior.
A las 18:47 comenzó a rememorar con claridad lo sucedido el día anterior.
Unos
minutos más tarde, retornó aquella especie de bruma mental difuminando sus
recuerdos. Eran las 19:14.
Esperó
un tiempo prudencial, antes de levantarse y traspasar el umbral de la
puerta. No sucedió nada extraño. Al otro lado del dintel en forma de media luna
sólo había lo que realmente se veía desde fuera: muros
derruidos, cubiertos de hiedra y zarzas.
De las historias y películas de ciencia ficción, había aprendido que los viajes en el tiempo acostumbraban a regirse por un determinado patrón. H. G. Wells, Ray Bradbury y Stephen King, entre otros, resultaron unos maestros muy aleccionadores. Sacó un cuaderno y comenzó a escribir.
“Regla 1: La puerta hacia la dimensión paralela se abre, aproximadamente, entre las 18:47 y las 19:13. Perduración: se repite durante ¿¿2, 4, 6...?? días.
Periodicidad: se
repite cada ¿¿60 años??.
Regla 2: Más allá del umbral, el tiempo transcurría con una casi inapreciable ralentización; suficiente, en cualquier caso, para acumular un retraso de 60 años a lo largo de varios millones.
"Regla
3: Al atravesar la puerta y detenerse, quedaba
inmovilizado y sólo podía volver sobre sus pasos, nunca caminar hacia
delante.
Acudió,
de nuevo, al otro día.
A
las 18 horas, 50
minutos y 47 segundos, cruzó bajo el pétreo dintel, y una vez
dentro, trató de seguir caminando. Logró dar tres pasos, antes de que una
fuerza irresistible le impidiera continuar avanzando.
Nicolás
desenfundó la cámara, y se dispuso a grabar. El icono de la batería parpadeó
y la pantalla quedó en negro.
Regla 4: Imposible grabar el pasado.
El abuelo Constante ensamblaba un juguete de madera. Se trataba de un carro al que antaño se uncía una yunta de bueyes. Su familiar chirrido era la melodía rural por excelencia.
Regla 5: La gente del pasado no podía verlo
El
viejo rayo de sol trazaba una senda oblicua por la que iban llegando los
olvidados sonidos del campo; trinos gozosos, voces apagadas, cencerros cantarines,
el murmullo de un viento perdido…
Aquel carro le resultaba familiar. Contemplándolo, Nicolás Villamañe olvidó el transcurrir del tiempo.
Su
reloj marcaba las 19.17
Sufrió
un violento sobresalto e intentó retroceder sobre sus pasos. El empeño resultó
baldío. Sus pies eran dos planchas de plomo atornilladas al suelo de
madera.
La puerta se había cerrado.
En
ese momento, comenzó a oír pasos que se aproximaban ascendiendo los tres
escalones de la entrada. Nicolás pensó en una mosca, atrapada en la tela y a
merced de la araña hambrienta.
La puerta de castaño se abrió a sus espaldas.
La imagen del visitante apareció reflejada en el espejo del fondo.
Nicolás lo reconoció al instante, y entonces lo comprendió todo. No tuvo tiempo para pensar nada más. El recién llegado lo atravesó limpiamente en su camino hacia el abuelo y el carro.
A
Nicolás Villamañe le pareció ser alcanzado de lleno por un rayo de tormenta.
Sintió un terrible calor y luego un frío infinito, mientras todo su cuerpo, la
totalidad de su ser, se desmoronaba en un estallido de luz blanca, y luego
giraba vertiginoso en un remolino de negrura. Después, sólo una profunda calma,
el vacío y la nada.
Regla 6: ……………………………………………………….....................
Ese mismo día, 3 de julio del año 1960, una media hora más tarde, un niño pequeño bajaba por el camino hacia el pueblo tirando de su carrito de madera atado con una cuerda.
Ignoraba, afortunadamente, que, seis décadas después, entraría en la forja en ruinas del abuelo, atravesaría tres veces el umbral bajo el dintel con forma de media luna, y el tercer día desaparecería de manera inexplicable, sin dejar rastro.